lunes, 3 de agosto de 2009

SITUACIONES/CRONICAS

PANICO EN LA AVENIDA

Por: Nelson Rojas

¿Qué es la muerte?

La muerte es un tema del que tanto se ha dicho, pero que realmente poco se sabe. ¿A caso conoce usted, a alguien que haya muerto y hoy pueda contarnos su experiencia? Hace mucho tiempo durante una tertulia con compañeros de luchas, uno me decía de manera alegre, (cuatro o cinco cervezas después) que “la muerte era tan buena que nadie regresaba, simplemente porque no quería”. Pero inmediatamente, el otro compañero refutó:
-Que va, lo que pasa es que el diablo está tan malo, que a todo el que llega allá, lo amarra y no lo deja salir.
Sin duda que las reflexiones de mis compañeros sobre el tema de la muerte no estaban sustentadas sobre bases científicas, sino más bien en los efectos que producían el alcohol y la grata compañía.
Indudablemente que la muerte es algo que todos, algún día vamos a experimentar. Pero, si la muerte es inevitablemente y algo que nos va a tocar a todos… ¿Quiere alguien morirse?...Yo creo que no. Aunque algunas veces nos escuchen decir…”Ojalá me muera ahora mismo para ver qué vas a hacer”
Los chinos cuyas frases o proverbios son tan abundantes en cualquier tema, nos dicen: “El que teme a la muerte, es porque no ha sabido vivir”.
Por otro lado, existen en el “mercado religioso” tantas promesa para el que acepte morir en el nombre de dios o sencillamente para el que crea que esta vida no vale nada y que debemos esperar el reino de los cielos, situación esta que nos hace abandonar toda lucha y esperar tranquilamente ser llevados a un lugar donde disfrutaremos de vida eterna.
Como quiera que sea el asunto de la muerte, les confieso que por ahora, no quiero morir y ese es el asunto que hoy les voy a narrar en esta oportunidad.
7:45 de la noche del día viernes 31 de julio. A esa hora salí del auditorio de INCES Pueblo Nuevo de Puerto la Cruz, donde se estaba realizando un acto en conmemoración del asesinato de Jorge Rodríguez, hecho ocurrido en el año 1976 por los esbirros del primer gobierno del nefasto Carlos Andrés Pérez, en los calabozos de la represión. Salí antes de terminar el acto por la preocupación de andar sin carro, con muy poco dinero y la amenaza de lluvia “encima”. Caminé hacia la avenida municipal, con la idea de tomar un transporte que me llevara hasta el centro y luego tomar otro hacia la parte alta que es el lugar donde vivo. No sé cuánto tiempo estuve esperando, pero creo que fue suficiente para tomar la decisión de “arrancar” a caminar hasta la otra esquina (una cuadra bastante larga) y tomar el autobús o lo que fuera en la parada del bingo (establecimiento de juegos de envite y azar permitido por el anterior y el actual gobierno de la revolución local).
A los pocos segundos de iniciar la caminata, ¡Horror!, me di cuenta de la oscuridad que reinaba y sigue reinando en el lugar. De pronto noté que no había ni una sola bombilla del alumbrado público que estuviera encendida. Es decir, la avenida estaba totalmente a oscuras y para colmo, los establecimientos que existen a todo lo largo del trayecto, por la hora, estaban cerrados. Me da un poco de vergüenza decirlo, pero el pánico se apoderó de mí y aunque normalmente no leo periódicos, la última página del “periódico oriental” se abrió ante mí, escurriendo la sangre de la última víctima del hampa o de la policía… ¡uno nunca sabe!
Mientras apuraba la marcha (fúnebre) no dejaba de pensar en los asaltos, atracos a mano armada (con pistolas, cuchillos, botellas y hasta palos) sicariatos y hasta violaciones (esta última creo que sería lo más cruel que le pudiera pasar a uno), tan ocupado estaba pensando en los peligros de caminar por la avenida, que al levantar la mirada, pude ver como a 50 metros de distancia aproximadamente, la figura de un hombre que estaba parado. En ese momento no podía ver su aspecto, pero la influencia del cine y la televisión me hizo verlo como “el bicho” más feo que jamás hubiese visto. Tenía un bolso colgando desde su hombro, la mano derecha levantada hasta la altura de su oreja. Todos esos detalles, sin duda describían al más peligroso asesino suelto, es decir “al monstruo de la avenida” y seguramente este personaje era quien me llevaría a conocer los misterios de la muerte.
Me llegó la hora pensé, luego sentí ganas de retroceder (a la carrera) pero, una sombra que pude ver de reojo, me indicó que atrás estaba lo peor. ¡Estoy rodeado!- pensé (en esos momentos se piensa muy rápido)- ¡lo mejor es seguir pa`lante y que sea lo que sea!
El sujeto frente a mí, no se movía, se mantenía de espaldas sin dejar ver su rostro. Que desgracia la mía, ni siquiera podía ver el rostro de mi asesino (un poco teatral). Al llegar junto a él, este se dio la vuelta y pude notar que hablaba por celular o quizás fingía hacerlo. Era un hombre no muy joven, de piel morena o negro (por temor a no ser racista, siempre tengo dificultad para describir a la raza negra), con ligero desconcierto, me pregunté: ¿Por qué no me ataca?...¿Qué está esperando el desgraciao?
Con mucho temor lo dejé unos pasos atrás, luego entendí el plan… ¡Una emboscada, me está dejando pasar para luego dar la orden por teléfono para caer todos sobre mí!… ¡Ay, que desgracia la mía, morir de esta manera!- me lamenté en voz baja, por supuesto-Hubiese sido preferible morir en otra época, luchando por ideales mucho más nobles y ser merecedor de que hoy mi nombre estuviera grabado en una placa a la entrada de un CDI, calle o avenida y no venir a caer de esta manera en manos del hampa. Mientras caminaba, me preguntaba ¿Cuántos son?,..¿Qué armas usan?... ¿Qué edad tienen los atacantes? Y ahora me pregunto… ¿Por qué tanta preguntadera?
Pensé en mi familia, en mi hija y en los amores que amé. Pensé en las pocas cosas buenas que hice y en las tantas malas también. Recordé lo iluminada que era esa avenida y en la ciudad de mi niñez. Pensé en Jorge Rodríguez y en mi muerte también pensé.
Luego sin darme cuenta, estaba llegando a la esquina. Algunas personas caminaban apuradas a tomar el transporte. Me di cuenta que el peligro había pasado. Llegué hasta la parada, poco después tomé “el carrito” junto con otras personas. A mi lado estaba el hombre con el bolso y que hablaba por celular. Este miró sonriente y luego me dijo:
-Compadre, yo estaba más “cagao” que usted… ¿me oyó?
Fin